Alberto Aguirre, primer editor de ‘El Coronel no tiene quién le escriba’
Muchas de las cosas que suceden alrededor de un mito como Gabriel García Márquez, se convierten en mito. Se dice que las hojas de más de mil ejemplares de la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba, publicada por Aguirre Editor, en 1961, sirvieron para envolver cominos en alguna perdida tienda de pueblo.
Alberto Aguirre vendió unos 500 ejemplares,
de un tiraje de 2.000. Entregó 150 al autor para que “bombardeara a la prensa”.
Unos 200 los fue regalando uno a uno a sus amigos que lo visitaban en su
oficina de abogado y el resto cumplieron su destino de irse con el tendero.
Este dato lo cuenta el profesor Augusto
Escobar Mesa en su “Diálogo con Alberto Aguirre. Mirada crítica de la sociedad
de su tiempo”, en la página virtual Colombia Aprende, de la Universidad:
“En función de librero, distribuidor y
editor, yo distribuí por todo el país El coronel no tiene quien le escriba, y
logré vender por ahí 450, regalé cien o doscientos y el resto los vendí como
saldo a cincuenta centavos a un tipo que se los llevó a su pueblo para envolver
cominos. La labor de editor era más por interés cultural que por asuntos
económicos. El trabajo era mucho”, le contó Aguirre al profesor.
Esto lo confirma Aurita López, la eterna
compañera del editor, quien por ese tiempo atendía la Librería Aguirre, en
Sucre, entre Maracaibo y Caracas. Con su voz de miel, le dijo de pronto: “Ese
libro no debería titularse El coronel no tiene quien le escriba, sino El
coronel no tiene quien lo compre”.
Como cualquiera de los lectores de la
revista Mito —una publicación bimestral creada en 1955 por Hernando Valencia
Goelkel y Jorge Gaitán Durán—, Alberto Aguirre había leído esa obra de García
Márquez en 1958 y desde entonces quedó encantado. “¡Esa novela es grandiosa!”,
lo oyó exclamar varias veces la compañera. “¿Sí usaría la palabra grandiosa?”,
se pregunta ahora, con la mirada como puesta en esa escena ocurrida ya hace más
de 55 años. “O diría más bien: «Esa novela es una maravilla o es prodigiosa».
En todo caso, no dijo «importante». A Alberto no le gustaba esta palabra”.
“Tú estás loco”. Andando los tiempos, Aguirre habría de reunirse con Gabriel García
Márquez en Barranquilla, en un encuentro de directores de cineclubes, para
fundar la Federación Colombiana de estas entidades. Gabo asistió como delegado
del de Bogotá y Aguirre, del de Medellín, y decidió proponerle la publicación
de la obra en Aguirre Editores.
Dasso Saldívar cuenta, en Viaje a la
semilla, la biografía del Nobel:
“Alberto Aguirre recordaría que al día
siguiente, cansados de esperar a Cepeda Samudio, que los había invitado a su
casa a comer mojarras, García Márquez y él decidieron quedarse a almorzar en el
mismo Hotel del Prado. Durante el almuerzo, el escritor le comentó que Mercedes
lo había llamado de Bogotá para pedirle seiscientos pesos, pues les iban a
cortar el suministro de los servicios. Alberto Aguirre era abogado, cinéfilo,
librero y un editor de buena voluntad: había publicado algunos libros y estaba
editando la obra completa del poeta León de Greiff, más por amor al arte que
por negocio. Hacía dos años que había leído con verdadera delectación El
coronel no tiene quien le escriba en la publicación que había hecho la revista
Mito de Bogotá. Como el texto no había tenido aceptación en las editoriales y
como era claro que su autor estaba necesitado, a Aguirre le pareció doblemente
oportuno proponerle a García Márquez la edición de su obra. Entonces, después
del almuerzo, se lo dejó caer: «Gabo, yo quiero editar El coronel no tiene
quien le escriba». Éste, sorprendido, le dijo: «Tú estás loco, tú sabes que en
Colombia no se venden los libros. Acuérdate de lo que pasó con la primera
edición de La hojarasca». Había además un inconveniente legal: García Márquez
tenía firmado un contrato con una editorial de Perú para editar la misma obra.
Pero como aquella edición era una empresa remota, Aguirre insistió en su
empeño: «No sólo lo voy a editar, sino que te voy a adelantar algo de los
derechos de autor». Y ahí mismo cerraron el contrato verbalmente por un monto
total de ochocientos pesos y doscientos de adelanto”.
Dasso añade que un año después, al
anunciarle el editor la salida del libro, “García Márquez se quejaría ante
aquél de ser «el único que hace contratos verbales enguayabado, tumbado en una
mecedora de bambú, en el bochorno del trópico». A pesar de la buena voluntad
del editor y de la excelente acogida de la crítica nacional e internacional,
las predicciones del autor se iban a cumplir fatalmente: de aquella primera
edición de dos mil ejemplares se venderían sólo ochocientos”.
En el capítulo tres de la conversación
televisada del editor con Héctor Abad Faciolince titulada Karaktere Aguirre,
este le contó los mismos asuntos, pero le manifestó que, ese día en
Barranquilla, cuando se pusieron de acuerdo, le dio 700 pesos de adelanto. Que
mandó imprimir los libros en Argentina, a la editorial Americalee, con la
versión directa de la publicación de Mito. Que la editorial, por precipitud,
escribió como dueño del copyright a Aguirre Editor. Aguirre le envió por avión
10 ejemplares a García Márquez, residente en México, y este le mandó una carta
diciéndole:
“Tú estás loco. Al año me vienes a aparecer
con el libro, y yo no le he hecho correcciones”. Y Aguirre le escribió: “Bueno,
está bien. No hubo tiempo de hacer la correción, pero dígame, al menos, ¿cómo
le pareció la edición?”. Después, Alberto Aguirre habría de enviarle otra
carta, auntenticada en notaría, en la que aclaraba que no era el dueño del
copyright, sino García Márquez. “Si yo me empeño y me porto (en
hacer valer el error cometido por la editorial) todavía estaba viviendo de
eso”.
Mora se lamenta. Orlando Mora, el crítico de cine, recuerda perfectamente el libro
de El coronel... de esa primera edición. “Era un volumen pequeño, de presentación
rústica y sencilla, pero agradable, de portada gris o, más bien, entre azulosa
y gris, y de letra grande”.
Su afición al cine lo había encaminado al
cineclub, a finales de los años sesenta, y allí, por supuesto, conoció a
Alberto Aguirre, a quien solía visitar en la librería, que era un lugar de
encuentro de intelectuales de la época, y a su oficina de abogado, en Girardot
con Perú. Fue en esta que recibió los ejemplares de manos del editor.
“Había unas cajadas de ejemplares detrás de
su silla. Me entregó dos y yo sé que hubiera podido tener tres o cuatro, de
haber querido”.
Pero, no los valoró mucho entonces,
reconoce. Salió de la oficina y como andaba con Elkin Restrepo, Darío Ruiz
Gómez y Manuel Mejía Vallejo, encaminó sus pasos a la rumba sin final en que
vivía, y nunca supo a quién ni dónde le entregó aquellos libros, que jamás
volvió a ver.
Nunca leyó la novela en Mito y ni siquiera
conoce el número en que fue publicada.
“No me quedó sino el remordimiento por mi
falta de cuidado. Por no valorar aquella obra en ese momento. Hoy, seguramente,
un ejemplar de aquella primera edición de El coronel no tiene quien le escriba,
bien puede valer miles de dólares”, se lamenta Orlando Mora. Aparte del placer
de bibliófilo.
Aura López retoma un ejemplar de la primera edición de El Coronel, ya descuadernado. Foto Donaldo Zuluaga